La ciencia también se dibuja
By Ana Sepulveda
Ciencia y arte definen lo que fui desde pequeña. Ser bióloga o artista fue el dilema existencial que viví cuando quería entrar a la universidad. Yo crecí en un pueblo muy biodiverso que limita con el Chocó Biogeográfico en Colombia, Urrao, y crecer rodeada de naturaleza fue el salón de clases ideal para alimentar la curiosidad, la observación, y el amor por la naturaleza. Crecí también en una familia que creyó fielmente en mis sueños y que me motivó y apoyó a desarrollarlos. Mi madre es profesora de niños y llenaba todo de color, y mi padre con su hobby de carpintero me enseñó a ver lo bello en lo construído a mano. Hay un momento de mi vida muy importante en este camino. Cuando tenía unos 14 años les pedí que me dejaran pintar en las paredes de mi habitación, y su respuesta me marcó profundamente: “si no puedes expresarte en tu propio espacio, no podrás hacerlo en ningún lado”. Así que mi habitación se conviertió en lienzo, y esa libertad fue sin duda un impulso para creer en mí.
Elegí ser bióloga, pero nunca dejé de pintar. Mientras estudiaba y hacía trabajo de campo, seguía ilustrando en mis vacaciones, especialmente con acrílicos, con la idea simplemente de expresar ese amor por lo natural. La vida me dio la posibilidad de tomar un curso de ilustración científica en la universidad, y desde ese momento muchas cosas cobraron sentido. Poder unir mis dos grandes pasiones ha sido un motor constante, una forma de crecer profesional y emocionalmente, de conectar con otros biólogos y artistas, y, sobre todo, una herramienta muy poderosa para divulgar la ciencia.
Durante mi trabajo como bióloga comprendí que comunicar la ciencia va mucho más allá de tomar datos y publicar artículos, por lo que surgió la necesidad de conectar a mis guías con la biodiversidad desde la empatía, la belleza y la emoción. Me enfrenté al reto de acercar la información académica, especialmente al trabajar con serpientes, a comunidades, niños y jóvenes con acceso limitado a espacios educativos formales. Fue ahí donde la ilustración (y la fotografía) se volvió una herramienta visual y pedagógica que me permitió ver la posibilidad de crear un puente perfecto. Me permitió traducir lo que la ciencia observa, en encuentros con la palabra e imágenes, que invitan a detenerse, a mirar con detalle, a preguntar y a aprender. Una ilustración bien hecha no solo representa una especie, sino que también puede contar su historia, su comportamiento, sus vínculos con el entorno. La ilustración para mí es eso: un lenguaje con alma. Es como una forma de lenguaje, con sus reglas propias, pero también con espacio para la sensibilidad.
Durante la pandemia, me quedé encerrada en la Estación Biológica La Selva, en Costa Rica. En ese tiempo incierto encontré refugio en el monte y en el dibujo. En un intercambio de saberes con los chicos del departamento científico decidí compartir el dibujo, por lo que empecé a enseñarles bases de ilustración y algunas técnicas; dibujar fue una forma de sostenernos y de compartir algo bello en medio del encierro. De ahí nacieron los primeros cursos virtuales de ilustración científica y naturalista de la OET, gracias a la idea de Sofía Rodrigez, directora académica. Tres años después, aplicamos a un fondo de financiación para fomentar la ilustración científica, y lo ganamos. Así nace la pasantía de ilustración científica, una propuesta formativa de ilustradores científicos desde la OET. En este momento estoy escribiendo esto desde La Selva, en la tercera versión de esta experiencia profundamente enriquecedora.
Esta pasantía ha sido un espacio donde confluyen muchas de mis pasiones: la docencia, el arte, la ciencia, la biodiversidad y la observación detallada. Porque enseñar a ilustrar no es solo enseñar técnica, es acompañar procesos de descubrimiento, es invitar a ver con otros ojos, a preguntarse por lo invisible, a narrar lo que otros quizás no pueden ver. Ha sido conmovedor ver cómo pasantes con distintos orígenes y enfoques descubren algo de sí mismos en la pasantía. Ver como se emocionan al lograr dibujar un helecho, una rana, o plasmar estructuras que no creían capaz, eso ha sido un regalo y me confirma que lo que estamos haciendo tiene sentido.
Siempre he creído que el arte y la ciencia no son dos caminos separados, la ciencia necesita emoción y el arte necesita ese contexto. En mi historia al menos, han sido uno solo. Un camino con ramas, raíces y luz, que sigue creciendo. Mientras existan personas curiosas, sensibles y dispuestas a mirar con atención, yo intentaré seguir trazando ese puente entre el conocimiento y la emoción. ¡Una línea a la vez!
Cada línea cuenta una historia, y en la OET queremos seguir dibujando muchas más.
Cada año, buscamos formas de dar continuidad a la pasantía de ilustración científica y nutrir este espacio donde arte, ciencia y sensibilidad florecen juntas.
Si te interesa participar en el proceso de selección para la edición 2026, te invitamos a escribirnos a:
education@tropicalstudies.org